Las ranas y los sapos, junto con las salamandras, conforman la clase anfibia, ambos son anuros (sin cola) y los dos ponen huevos en el agua.  Se caracterizan por vivir alternativamente entre el agua y la tierra.
Son depredadores importantes de insectos y ciertos vertebrados. Además, constituyen una fuente de alimentación indispensable para reptiles, aves y mamíferos.
Mientras que las ranas apenas se alejan de las fuentes de agua, los sapos pueden vivir largos periodos de tiempo de forma terrestre, ya que su organismo tiene un mayor control para retener el agua en sus cuerpos.
Respiran por la piel y cuando son renacuajos combinan esta respiración con la branquial y de adultos la combinan con la pulmonar y se ayudan con movimientos de garganta.
El ciclo de vida de la rana y el sapo son casi idénticos: pese a sus diferencias en la disposición de los huevos, ambos salen del huevo y son de respiración branquial. A lo largo de esta fase crecen y desarrollan patas y pulmones, a la vez que pierden la cola, listos para pasar a la fase adulta terrestre. 
Las ranas, son de cuerpo esbelto con patas largas y finas, especialmente desarrolladas en el caso de las traseras. Los sapos, en cambio, su porte es más robusto y musculosas y de patas más cortas. El cuerpo de los sapos es más corto y redondeado, mientras que el de las ranas es más  alargado.
En México existen unas 24 especies de sapos que se pueden localizar casi en cualquier parte del territorio nacional, excepto en lugares muy altos. 
Tanto en la rana como en el sapo se pueden encontrar especies venenosas.